miércoles, 18 de junio de 2014

EL CASCO. LA VIDA.

 
El otro día me atropellaron.

Iba con la BTT por la ciudad y un coche me arrolló. Volé. No explicaré quién, ni cómo, ni dónde porque debo guardarme esa información.

El caso es que volé. Luego rasqué el suelo con el lado derecho de mi bici y de mi cuerpo, y luego aterricé sobre la espalda, hombro izquierdo y la cabeza. Me clavé el manillar en el brazo. Lo que queda del casco sirve para atestiguar que el golpe en la cabeza fue violento.

Tardé un poco en recuperarme y comprobar que todas las extremidades seguían en su sitio. Alguien había retirado mi bici y me estaba ayudando a levantarme. El mareo me duró un rato, apoyado contra la pared, intentando componerme una idea de la situación. Afortunadamente, no pasó nada, PORQUE LLEVABA EL CASCO.

Tuve muchísima suerte. Evité el asfalto interponiendo la bici entre el suelo y yo. Así quedaron el sillíon y el manillar. Aún así, el balance deja varios quemazos en tobillos, codos y rodillas. Caí de espaldas protegiendo el cuerpo y la cabeza. Pero al final, inevitablemente, la cabeza va a parar al suelo.

El casco absorbe el golpe y lo reparte por toda su superficie, convirtiendo lo que sería un corte o fractura en un bamboleo general, un buen "meneo" libre de heridas.

Moraleja: poneos el casco.

Yo SIEMPRE lo llevo. En cualquier situación, el casco es la vida. A 10km/h, el casco es la vida. En un mal resbalón, el casco es la vida. Siempre que tus pies no toquen el suelo, el casco es la vida.

Un simple gesto ("clic!"). La vida.









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