jueves, 10 de octubre de 2013

¡QUÉ!, SÓLO ESTOY TRATANDO DE CORRER

La pelea por un dorsal
 
A veces olvidamos en qué mundo vivimos y cómo estaba esto hace tan solo cuatro días. Me he quedado de piedra leyendo el siguiente artículo de Pikara Magazine. Parece mentira pero es así. A veces uno da gracias por haber nacido un poco más tarde. Y lo que nos queda por aprender.
 
 
Os recomiendo encarecidamente que lo leáis: "El Comité Olímpico prohibió hasta 1969 las pruebas femeninas que sobrepasaran los 200 metros: Una distancia mayor era no sólo un serio peligro para la salud de las mujeres sino también para su futura maternidad. Con semejantes esfuerzos, las mujeres envejecerían más rápido”. “Una actividad intensa significaba que se te podían poner las piernas grandes, crecer el bigote, el vello en el pecho y que tu útero se iba a caer.
 
Leer esto cuando cada día comparto entrenamientos, carreras, bromas y vivencias deportivas con mujeres que nos pintan la cara a la mitad de los hombres, ya sea nadando, corriendo o en bici, no puede menos que sorprenderme. El deporte de fondo tiene la gracia de que une a todos en el mismo espacio y tiempo. No se juega 1 contra 1, ni 11 contra 11. Todos caben, todos comparten el mismo asfalto y sacar el "ingrediente femenino" de esa receta significa perder una parte muy importante de la fórmula mágica. Y casi todo el sabor.
 
En las Olimpiadas de Amsterdam 1928, la presencia femenina era mínima, así que deportistas de todas las modalidades no reconocidas se inscribieron en la carrera de 800m lisos. Muchas, sin experiencia en esta distancia, llegaron exhaustas a meta, lo cual reforzó las tesis machistas. El COI prohibió las carreras largas. Durante décadas, ninguna mujer pudo inscribirse en ninguna prueba de más de 200m.

Sin embargo, como es lógico, lo intentaron.
 
La griega Stamis Rovithi fue la primera mujer en correr un maratón de manera extraoficial. Fue en las Olimpiadas de Atenas de 1896. Tras denegársele la inscripción al maratón masculino, Rovithi decidió hacer el recorrido por su cuenta a través de un trazado paralelo que quedaba fuera del marcado oficial.
 
Pasaron muchos años, muchos intentos fallidos, hasta que en el Maratón de Boston, 1966, Roberta (Bobbi) Gibb, de 23 años, recibió una carta del director de la carrera en la que se rechazaba su participación oficial. Bobbi se vistió con ropa de su hermano: bermudas y sudadera con capucha azul que ocultaba el top negro que usaba para correr. Se escondió entre los arbustos y, tras el pistoletazo de salida, esperó a que hubieran algunos corredores en la pista y saltó a la carrera.
 
Los participantes se percataron de que había una mujer corriendo con ellos y la animaron hasta tal punto que Gibb decidió quitarse la sudadera. El público también la apoyó y logró la atención de la prensa. Gibb acabó su recorrido en 3 horas, 21 minutos y 40 segundos, por delante de los dos tercios de corredores que quedaban en pista. Los medios recogieron la noticia en primera plana y el apoyo oficial para que las mujeres pudieran correr maratones parecía inminente.
 
Bobbi Gibb, tras finalizar el Maratón de Bostón 1966.
 
Sin embargo, al año siguiente la participación femenina seguía estando prohibida y Gibb volvió a correr sin dorsal. Otra mujer, Kathrine Switzer, 20 años, sí lo consiguió: utilizó sus iniciales (K. V. Switzer) en la inscripción y se incorporó a la carrera, camuflada con ropa ancha, con un número de dorsal que quedará para la historia: el 261. La corredora hubiera podido “pasar desapercibida”, pero uno de los comisarios de la carrera la descubrió y se abalanzó sobre ella agarrando su dorsal para arrancárselo y gritando “¡Lárgate de mi carrera y dame esos números!”.
 
“Recuerdo que cuando llevábamos menos de cinco kilómetros recorridos, un responsable de la organización se bajó del camión de la prensa, que estaba justo delante de mí, con la intención de sacarme del maratón. Me sentí muy asustada en ese instante y lo primero que se me pasó por la mente fue alejarme lo antes posible de él. Los corredores que estaban junto a mí empezaron a gritar que me dejara en paz. Entonces, mi novio, que era un exjugador de fútbol americano, le hizo un placaje con el cuerpo y lo sacó del recorrido […]. No permití que el miedo me detuviera. Quería demostrar que merecía estar allí y que las mujeres podíamos correr, al igual que los hombres, largas distancias”.
 

La foto del comisario intentando arrancar el dorsal dio la vuelta al mundo. Tras el incidente, los periodistas se pusieron muy furiosos. Le gritaban: “¿Qué estas tratando de probar? ¿Eres una sufragista? ¿Estás en una cruzada?”. Ella pensaba: “¡Qué! Sólo estoy tratando de correr”. Switzer acabó la prueba en un tiempo de 4 horas y 20 minutos.
 
5 años después (1972), el Maratón de Boston se abrió a la participación oficial femenina. Switzer luchó y consiguió que el maratón femenino fuera prueba olímpica en Los Ángeles '84. A Gibb le dieron su medalla como primera clasificada en Boston en 1996, 30 años después. Hoy todavía en algunos países hombres y mujeres tienen que correr por separado, "sin mezclarse".
 
El atletismo popular te quita todos los prejuicios, se ven cosas increíbles. El deporte me ha enseñado que en el asfalto no hay hombres ni mujeres, no hay colores, razas ni edades. Sólo hay personas tratando de superarse, realizarse o alcanzar un objetivo personal. Todos deberían tener derecho a esto. Todos tendrían que poder compartir su locura con otros igual de locos. Si luego "les sale vello" en el pecho o "se les cae el útero" por el camino es su problema, aunque algunos se sigan empeñando en decirnos qué hacer con nuestra vida.

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